Este artículo es algo así como reflexión hecha en voz alta y que me encuentro verbalizando, de forma cada vez más frecuente, en las sesiones terapéuticas con mis pacientes.
Con ellos, he podido he comprobar cómo desde todos los estamentos sociales –sobre todo a raíz de la última Crisis del 2008, cuyos coletazos seguimos arrastrando-, se nos está inculcando una preocupación excesiva por el trabajo -y por defecto por la formación-, que está derivando en fuertes y profundos problemas psicológicos. Me explico:
Existe hoy en día un valor en nuestra sociedad que sobresale sobre los demás: El trabajo (o la formación, que no deja de ser un “camino a un trabajo”). Ya no se trabaja para vivir, sino que se vive para trabajar, y hemos acabado asumiéndolo –repito, sobre todo tras la última crisis-, como algo normal.
Veo en mi consulta a jóvenes de 17 años con serios ataques de ansiedad porque no les da la nota para estudiar lo que quieren; adolescentes que, tras 10 horas de colegio, estudian idiomas de manera intensiva porque son muy importantes para su futuro; trabajadores cualificados con jornadas de 12 horas diarias y dedicando una cuantas más por su cuenta para formarse mejor y no perder así “competitividad”; jefes de obra e ingenieros que no recuerdan la última vez que cogieron vacaciones; padres cuya mayor y única preocupación son las notas y la formación de sus hijos… porque claro, no es lo mismo que el día de mañana sean ingenieros a que sean vendedores de coches. Y podría seguir con cientos de ejemplos más de lo que veo a diario.
Todo esto me lleva a la convicción cada vez mayor de que estamos creando esclavos modernos, en muchos casos sobre-formados y con un solo objetivo en mente: el trabajo.
¿Queréis un ejemplo concreto de esclavo moderno? Idoia. 24 años. Ingeniería y master. Trabaja actualmente para una conocida compañía eléctrica de nuestro país. 9 horas diarias. Sueldo: 980 euros. “Y agradecida de que tiene trabajo”, le dicen en su entorno (por supuesto, aprendiendo inglés y alemán entre otras cosas para poder mejorar y seguir siendo “rentable” y, como decía antes, “competitiva”). Por supuesto, con ese miserable sueldo no se puede ni plantear independizarse y tener un hogar digno, por lo que sigue viviendo en casa de sus padres.
Al menos un esclavo en la Antigüedad tenía alojamiento, manutención y ropa pagada por sus amos. Hoy, Idoia no se puede permitir todo eso con su salario,
Como era de esperar, todo esto está provocando graves problemas psicológicos que se extienden a todos los niveles de nuestras vidas. Ya no compartimentamos: ya no son 8 horas para trabajar, 8 horas para otras obligaciones/ocio y 8 horas para dormir. Ahora, cuando no estamos trabajando, estamos pensando en el trabajo, o nos llevamos trabajo a casa, o nos seguimos formando para dicho trabajo. Hemos perdido el equilibrio. Ahora todo es obligación.
¿Dónde quedo yo mismo, los amigos, los hobbies, las pasiones, mi tiempo libre, mi pareja, mi familia, mis deseos, mi espacio…?
Estamos perdiendo el norte lógico vital, y los muy preocupantes datos en atención primaria al respecto son terriblemente reveladores: Hemos pasado, en 15 años, de datos del 7% de pacientes atendidos en los ambulatorios por causas psicológicas, a un escalofriante 75%. Es un dato brutal a la vez que revelador.
Yo intento hacerles ver a mis pacientes que el trabajo es una parte de nuestra vida, pero no debe serlo todo. Es importante, pero no debe serlo tanto.
¿Qué es lo principal? El tiempo, nuestro tiempo. Recordad que la vida está hecha de tiempo; un tiempo que cuando se va, nunca vuelve. Ese tiempo, nuestro tiempo, para dedicarlo a lo que queremos –y a los que queremos-, no a lo que debemos.
Si no somos capaces de hacer compartimentos estancos y separar nuestras vidas del trabajo, acabaremos con problemas emocionales cada vez más serios que pueden hacernos más daño a nosotros y a nuestro entorno del que pensamos.
Ahora hay una frase muy típica: “Quiero un trabajo que me guste y en el que me pueda desarrollar como persona”. Evidentemente estar a gusto en el trabajo es muy importante, pero esta frase tiene una gran trampa, ya que está hecha para que nos dediquemos en cuerpo y alma a nuestro trabajo, aunque suponga dejar de lado otras cosas más importantes de la vida.
Yo prefiero un trabajo que me deje la mayor parte de tiempo libre posible, que ya me desarrollaré yo como persona cuando termine mi jornada laboral con mi familia, hobbies, aficiones y vivencias.
¿Qué opináis vosotros? Estaré encantado de leeros y contestaros en la sección de comentarios. Ya sabéis que si queréis una cita o un trato más personalizado podéis contactarnos aquí o llamando al número
Un abrazo.